Todavía recuerdo abrir mi ventana en Segovia y escuchar la Leyenda de la mujer muerta a un guía oficial de turismo. La ambición de sus dos hijos les había llevado a citarse en un duelo a muerte, para determinar quién sería el próximo rey. Ella no podía ver cómo uno de sus vástagos acababa con el otro. Por ello, le pidió a Dios que no permitiera que esto sucediese, y a cambio le ofreció su vida.
Al día siguiente, tras una serie de tormentas y nevadas que dramatizaron las plegarias de la madre más aún si cabe, llegaron los hermanos a su bélica cita. El temporal prosigue, lo que dificulta la batalla. Finalmente, ambos hermanos se encuentran en el espesor de la niebla. Pero no es con ellos mismos con lo único con lo que se topan… una nueva e inmensa montaña nevada se eleva junto a ellos.
Ante tal incertidumbre piden ayuda a Dios, que les explica que la montaña es su madre y el sacrificio que había realizado por ellos. En ese momento se dan cuenta que su odio no lleva a ningún lado y después de fundirse en un abrazo, deciden gobernar juntos, cumpliendo así el deseo que haría feliz a su madre.
Esta no es la única leyenda que escuché sobre la montaña, pero si la que más me gusta. El caso es que, ayer visité en Aruba una cueva y también tenía asociada una leyenda. La cueva de Quadarikiri. El nombre proviene de los Indios Caquetio, que habitaron la isla entre el 10.000 y el 1.800 a.C. La leyenda, que también proviene de los indios, trata de Wadarakiri, que era la hija del líder de la tribu.
Wadarakiri, supuestamente era descendiente del Dios del Sol, y era la mujer más hermosa de la tribu, lo que llamaba la atención de todos los hombres. Sin embargo, nadie conseguía conquistar su corazón y había una creencia común de que no se casaría. Pero Wadarakiri se enamoró de un extranjero, al que apodaron «Pluma blanca». Esta unión no gustó nada a su padre, que se sintió traicionado y ordenó encerrar a su hija en la cueva de por vida. Nadie volvió a ver a Wadarakiri, pero se dijo que tras su muerte, su alma fue liberada por los agujeros de la cueva, pudiéndose reunir de nuevo con el Dios Sol.
A día de hoy, esos agujeros siguen existiendo, junto a marcas y dibujos que los propios indios pintaron en el interior de la cueva. Me resulta interesante cómo las leyendas para explicar acontecimientos naturales están presentes siempre, independientemente del lugar.
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