Después de visitar Los Ángeles, era el turno de Las Vegas. Lo ideal hubiera sido hacerlo atravesando el desierto en un Mustang, pero tuve que conformarme con un avión. Tenía ganas de visitar estas ciudades, puesto que las hemos visto hasta la saciedad en la gran pantalla, pero dicen que hasta que no conoces personalmente algo, no puedes juzgarlo.

Al bajar del avión, me dispuse a recoger mi equipaje. Pero no era tan sencillo, primero debía esquivar un montón de tragaperras que aguardaban para que gastaras tus primeros dólares. Jamás había imaginado algo así en un aeropuerto, pero esto eran Las Vegas.

Tras recoger mi maleta, me dispuse a ir al hotel. En Las Vegas los hoteles son auténticos parques temáticos. De hecho, la ciudad ostenta el 80% de los puestos del ranking de los hoteles más grandes del mundo. Lo cierto es que tuve bastante suerte con mi hotel, ya que por un buen precio conseguí una habitación que podía ser perfectamente mi casa. Me sentía como una estrella de rock. Pero aún debía visitar la ciudad.

Las Vegas se dividen básicamente en dos partes: Strip, que es una calle con los hoteles más lujosos e increíbles, y Fremont Street, dónde no impera el glamour, pero puedes apreciar la verdadera esencia de la ciudad.

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La ciudad sin duda es increíble, pero tras reflexionar te das cuenta de que, tras todos los millones invertidos allí, sus continuos espectáculos y sus colosales y modernas construcciones, no puede compararse a ciudades con una historia e identidad propia. Al fin y al cabo, todo es irreal. Una especie de plató televisivo, que no un escenario teatral, que repite continuamente su modus operandi, al igual que lo hace la bola de la ruleta, con la única intención de vaciar los bolsillos del visitante. Es una ciudad que, básicamente nace en 1931 con la legalización del juego y es posteriormente aupada por estrellas como Elvis, Frank Sinatra o Tom Jones.

Sinceramente, y no es por presumir, no cambiaría mi ciudad de Segovia por Las Vegas. El poder caminar sobre la historia, saber que el Acueducto no es una burda copia de otro monumento a miles de kilómetros, ni el Alcázar un simple hotel, son cosas que debemos valorar. Poder disfrutar de múltiples actividades sin la sensación de que eres un mero número más al que sacar el máximo dinero posible. Hablo de actividades sencillas como puede ser un simple paseo del Acueducto a la Catedral, o una caminata por las riberas del Eresma y Clamores, creo que en Las Vegas sería impensable (posiblemente te cobrarían un tour).

No quiero desprestigiar a Las Vegas, quién sabe, quizás en 2000 años ellos también puedan disfrutar y presumir de un increíble patrimonio heredado por el Imperio de turno.

P.D: Hay muchas copias de monumentos famosos y me extrañó mucho no ver el Acueducto, lo digo en serio creo que sería muy interesante verlo entre la Torre Eiffel y la Pirámide de Keops.